OPINIÓN A LAS TESIS DE MARX

“La Revolución Comunista es deseable e inevitable a nivel mundial”

Es claro que para Marx el comunismo es necesario en la historia, sin embargo, la ventaja que tenemos frente a esta tesis es que hasta la fecha la historia no ha demostrado tal necesidad, y valiéndonos de este factor podemos decir que la esperanza de Marx en la clase proletaria como salvadora es tan inocente como la idea de pensar un curso racional en la historia apegado a Hegel, debido a que la problemática del desarrollo siempre es caracterizada por una ambivalencia entre Civilización y Barbarie, si bien considero que esto es requerido, considero que Marx no ha pensado la “naturaleza del hombre”, con sus pulsiones e intereses individuales egoístas, así sea la clase burguesa, o proletaria, así sea que los esclavos adquieran su libertad y conquisten a los conquistadores, es pues claro que solo hay un cambio de estado: los opresores pasan a ser los oprimidos y viceversa y así un ciclo interminable, Marx comenta que lo que se busca es la abolición de clases, para ello se requiere como primer paso gradual que el proletario adquiera un poder político y de ahí dar paso al comunismo, pero es en este paso gradual donde se dejara ver la naturaleza del hombre, relaciones de poder eternas en la historia, no se llegara al comunismo por dicho medio pues al llegar el proletariado al poder, sin más dará pie a la iterativa opresión entre clases sean llamadas proletario-burguesía o como designe el momento histórico.

“La Libertad que ensalzan Kant, Hegel y A. Smith no es más que un disfraz retórico para la legitimación de la opresión de una clase hacia la otra”

Considero que si puede llegar a ser una justificación, al tomar ellos una postura dogmatica y determinista, en el sentido propio de cada uno de sus pensamientos, sin embargo me parece que lo que han hecho es tratar de descifrar este curso de la historia desde diferentes enfoques por lo cual, el propio enfoque no les permite ver más allá. Marx por otro lado se concentra en el marco económico, de mercado, de clases y no considera muchas otras dimensiones que atañen a la historia y que atañen al hombre mismo. La ventaja que tiene Marx es que no tolera la opresión a diferencia de que para Kant, Hegel y Smith puede ser hasta cierto punto necesaria.

“Las instancias de la sociedad civil y Estado deben ser abolidas para dar cauce a la plena hominización del hombre”

Por lo comentado anteriormente considero que la esperanza puesta en la abolición de clases y de instancias no sería suficiente para la hominización del hombre, creo que hay limitantes en el enfoque, el pensamiento de Marx cree que el terminar con el mercado, terminaría con la explotación y yo creo que hay algo mas por debajo, de instancias, de clases, de estados, de mercados que es la propia problemática del desarrollo, de los procesos históricos, de la naturaleza del hombre, no desde una utopía sino desde lo concreto. Con todo esto no quiero sonar pesimista pero tampoco inocente, como comentario ultimo pienso que no debemos perder la esperanza, pero tampoco debemos esperanzarnos en el hombre aun no descifrado del todo, necesitamos de una comprensión y un reconocimiento del hombre más incluyente de todas sus facetas y dimensiones.

INTERIORIDAD CONFESIONES DE SAN AGUSTÍN

San Agustín entre sus tantas cuestiones acerca de su propia vida y sobre la búsqueda de la verdad, que es el mismo Dios, ha buscado dar una respuesta también a la pregunta por el hombre, no solo en un sentido social o ideal, sino desde la misma pregunta de ¿Quién soy yo? Para alcanzar a Dios, intentando conciliar la razón con la fe.

Confesando ante Dios su propia vida, San Agustín nos ha dejado una profunda obra sobre el hombre en el cual, las dos perspectivas acerca del hombre tanto social como individual se manifiestan a través de esta obra. Considero que tratando sobre este aspecto, que no es el único pero sí uno de los fundamentales, de la vida interior como la concibe San Agustín, que a través de este trabajo se pueda dar un aporte precisamente por la pregunta sobre el hombre desde esta perspectiva interna con la que trabaja San Agustín.

Si quisiéramos representar mediante una figura material (en cuanto tal siempre limitada) la vida interior del hombre según San Agustín, podríamos imaginar una obra de teatro. En ella se encuentran ante todo los actores que realizan la obra. Pero los actores necesitan un espacio donde moverse para representar sus papeles: un escenario. Este escenario tiene unas determinadas dimensiones: una cierta altura, Un ancho y una profundidad o profundidades definidas, así como ciertas características acústicas que hacen posible la misma actuación. Haciendo esta analogía veamos cuales serian las dimensiones y características de este "escenario" que se encuentra al interior del hombre tal como nos lo presenta San Agustín en sus Confesiones. Debemos recalcar que para San Agustín la división entre una dimensión interior y otra exterior en el ser humano no implicaría está perdida de la unidad del hombre. Recordemos que siendo su pensamiento la expresión de una búsqueda espiritual, el mayor énfasis se encontrara puesto al interior del hombre; pero quien busca es el mismo hombre. Recordemos que para San Agustín ciertas temáticas como la tentación, el sufrimiento físico o los sentimientos siempre conllevan una confrontación, contradicción o conflicto entre lo interior y lo exterior en el pensamiento del santo.

Retomando estas "dimensiones" espirituales de la interioridad humana, a diferencia de las dimensiones espaciales materiales, las “dimensiones” espirituales no son neutras, es decir llevan consigo toda la carga de la significación propia de lo humano. Los binomios que expresan las distintas dimensiones siempre implican a parte de una confrontación también conllevan una ambivalencia ya sea exterior-interior o en este caso hablando del hombre o lo del mundo y Dios como inferior-superior. Sin embargo, no existe solo una polaridad o ambivalencia hacia un solo sentido a nivel de términos, ya que podría entenderse como la reducción de la riqueza de la vida interior a la limitación de los términos usados es decir debemos entender que cualquiera de estos binomios se pueden entender desde distintas perspectivas o enfoques. Incluso encontramos ciertos términos que pueden tener una valoración negativa o positiva dependiendo de la realidad que San Agustín quiere representar (por ejemplo lo "abismal" o "profundo"), determinada por la realidad del hombre que encuentra su auténtica realización no en cualquier dirección, sino sólo en aquella por donde puede llegar a la vida de beatitud. Es decir en la íntima unión entre ser, verdad y bien (corazón de la metafísica agustiniana) encuentra así en el hombre una expresión altísima y es precisamente con estos términos que podemos “identificar” a Dios en su expresión más pura. Esta unión en el hombre, reflejo de Dios que es Ser, Verdad y Bien absolutos, aquí es donde se puede jugar un papel importante de unidad y es en esta unidad donde se vive lo interior-exterior, determinando de alguna manera cuestiones acerca sobre qué es el hombre.

También podemos considerar que estas "direcciones" y su polaridad ponen de manifiesto que el hombre en su interior es una realidad "en tensión hacia", todo esto podemos también entenderlo fuera de este esquema recordando a Erich Fromm podemos comentar que el conflicto (no entendido como negativo más bien uno lo hace negativo) no existe en la realidad, sino en el pensamiento del propio individuo, esta tensión en relación a algo. Es más, podríamos decir que es la tensión (espiritual) misma la que genera el espacio interior. Fuerzas en tensión que merodean en un espacio interno esta sería una de las maneras para poder representarnos la interioridad para San Agustín, y por ende para entender su visión del hombre. San Agustín en sus Confesiones describe al hombre concreto, situado, inserto espacio-temporalmente en una historia concreta (su propia vida), en la cual debe tomar decisiones, enfrentar situaciones, padecer sufrimientos. La interioridad de tal hombre no puede ser sino vida interior, es decir los acontecimientos cotidianos que constituyen la totalidad de su existencia nunca son sólo exteriores, sino que involucran a la persona toda, la cual vive en un dinamismo interior constante y también a su vez este dinamismo se vuelve extensivo de nuevo.

Podemos entender mejor lo comentado anteriormente cuando San Agustín describe el camino o andar humano como una búsqueda. El hombre es un ser en búsqueda. Bajo este esquema seria una búsqueda de la felicidad. Pero no se trata de una búsqueda meramente intelectual, como el mismo San Agustín señala: “lo que deseaba no era tener mayor certeza de ti, sino ser más estable en ti” (Confesiones, VIII, 1, 1). Es la búsqueda del sentido del propio ser.

A través de las Confesiones de San Agustín se desarrolla una tensión tanto hacia lo interior como hacia lo superior. Esta tensión es la que puede llegar a determinar la "profundidad" o "suficiencia" del espacio interno. En las primeras páginas leemos el interrogante por el lugar de Dios en el hombre: “¿Y qué lugar hay en mí a donde venga mi Dios a mí, a donde Dios venga a mí, el Dios que ha hecho el cielo y la tierra? ¿Es verdad, Señor, que hay algo en mí que pueda abarcarte?” (Confesiones, I, 2, 2). Y cuando San Agustín debe dar más adelante una respuesta, pone de manifiesto esta doble dimensionalidad (Interior y Superior en sus respectivas confrontaciones): “porque tú estabas dentro de mí, más interior que lo más íntimo mío y más elevado que lo más sumo mío” (Confesiones, III, 6, 11).

Narrando su llegada a Cartago, donde “por todas partes crepitaba un hervidero de amores impuros”, (San Agustín describe su propio estado de enfermedad interior) “Y por eso no se encontraba bien mi alma, y, llagada, se arrojaba fuera de sí” (Confesiones, III, 1, 1). Igualmente, el hombre que entrega su corazón a los bienes caducos se dirige “hacia afuera”, “porque adondequiera que se vuelva el alma del hombre y se apoye fuera de ti, hallará siempre dolor, aunque se apoye en las hermosuras que están fuera de ti y fuera de ella” (Confesiones, IV, 10, 15). Este salir fuera de sí al cual se refiere Agustín en este apartado, que enajena a la persona, la aleja de sí misma, es muy diferente al salir de sí comunicativo en el cual la persona se expresa a sí misma a los demás, donde de alguna manera esta persona se realiza poniéndose de manifiesto exteriormente, a diferencia de este “estar fuera de sí” agustiniano se entiende como una enajenación del propio individuo.

Por otro lado, en un momento crucial de su vida, la lectura de “ciertos libros de los platónicos, traducidos del griego al latín”, lo mueve a dirigirse “hacia adentro” de sí mismo: “y amonestado de aquí a volver a mí mismo entré en mi interior guiado por ti” (Confesiones, VII, 10, 16).

Pero quizás el apartado de la narración que expresa mejor esta dimensión del "dentro-fuera" sea aquella oración que expresa Agustín al terminar su andar por “los campos y los amplios palacios de la memoria” (Confesiones, X, 8, 12): “¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y ved que tú estabas dentro de mí y yo fuera, y por fuera te buscaba; y deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste. Tú estabas conmigo, mas yo no lo estaba contigo” (Confesiones, X, 27, 38). Para encontrar la salud del alma, el sentido de su vida, el hombre debe recogerse hacia el lugar donde "habita la verdad" de sí mismo: “¡Oh verdad, verdad!, cuán íntimamente suspiraba entonces por ti desde los meollos de mi alma” (Confesiones, III, 6, 10). Hasta aquí he tratado de aclarar esta dimensión binomial de lo “interior-exterior” en donde es el trabajo hacia sí mismo donde encontramos la verdad y por ende a Dios, pero no es un trabajo que se cierre hacia una única dirección sino es en este dinamismo donde el camino se va clarificando.

San Agustín señala, por otra parte la tensión que genera el espacio interno humano, la tensión hacia lo superior. La dimensión “inferior-superior” que se encuentra presente en varios pasajes de las Confesiones.

En el capítulo cuarto del libro III por ejemplo, donde narra su encuentro con El Hortensio de Cicerón, al recordar el cambio que tal obra suscitó en su vida, San Agustín se expresa con estas palabras: “De repente apareció a mis ojos vil toda esperanza vana, y con increíble ardor de mi corazón suspiraba por la inmortalidad de la sabiduría, y comencé a levantarme para volver a ti” (Confesiones, III, 4, 7). Y en algunos párrafos siguientes, lamenta así el error al que lo llevo su apego con la secta maniquea: “¡Ay, ay de mí, por qué grados fui descendiendo hasta las profundidades del abismo, lleno de fatiga y devorado por la falta de verdad!” (Confesiones, III, 6, 11). Esta representación del “lugar” del error como “abismo”, “profundidad” o “infierno” (que se encuentra contrapuesto a la altura luminosa de la verdad, Dios) la encontramos también en otros pasajes de la obra de San Agustín: “Con estos pensamientos me volvía a deprimir y ahogar, si bien no era ya conducido hasta aquel infierno del error, donde nadie te confiesa” (Confesiones, VII, 3, 5), “mas yo caminaba por tinieblas y resbaladeros, y te buscaba fuera de mí, y no te hallaba, oh Dios de mi corazón, y había venido a dar en lo profundo del mar, y desconfiaba y desesperaba de hallar la verdad” (Confesiones, VI, 1, 1). Recordando ya no solo esta dimensión de “interior-exterior” sino también de “inferior-superior”.

Entonces este dirigirse hacia la verdad significa ir “hacia arriba”, “levantarse”, “crecer”. Citando un extenso y agradable pasaje describiendo el momento en que San Agustín se da cuenta por primera vez de la espiritualidad de Dios: “¡Oh eterna verdad, y verdadera caridad, y amada eternidad! Tú eres mi Dios; por ti suspiro día y noche, y cuando por vez primera te conocí, tú me levantaste para que viese que existía lo que había de ver, y que aún no estaba en condiciones de ver. Y reverberaste la debilidad de mi vista, dirigiendo tus rayos con fuerza sobre mí, y me estremecí de amor y de horror. Y advertí que me hallaba lejos de ti en la región de la desemejanza, como si oyera tu voz de lo alto: ‘Manjar soy de grandes: crece y me comerás. Ni tú me mudarás en ti como al manjar de tu carne, sino tú te mudarás en mí’” (Confesiones, VII, 10, 16). Este acercarse a la verdad y acercarse a Dios hace que el hombre se encuentre en un “nivel” superior, claro está siempre en relación a Dios.

Entonces podemos rescatar que el llegar al interior como a lo superior son metas a las cuales tiende el espíritu. Allí, en el “interior” y en el “arriba” está Dios. Estos “lugares” del gozo divino determinan los ejes de la naturaleza humana dentro de la visón de San Agustín. En vista de ésta es la construcción del hombre, que llega a ser verdaderamente tal, sólo en el logro de estas metas; en la medida en que se hace “interior” vive el hombre pero no sólo como tal vive en Dios y de igual manera esta meta hacia lo “superior” cuando San Agustín nos pide que no vivamos para “lo de aquí abajo” ni para “lo del mundo”, sino que vivamos para Dios vivamos para el bien superior sólo así logrando este gozo eterno.

“Profundo Abismo es el hombre” (Confesiones, IV, 14, 22), dice Agustín ante el misterio o lo turbio de su propia realidad: una “gran profundidad”. Esta profundidad, esta amplitud abismal del hombre, es sin embargo “generada y mantenida” por las tensiones interiores que hemos descrito. Es decir estas tensiones no son sólo tensiones que se confrontan o que crean conflicto al interior del hombre sino que dadas estas tensiones son las que permiten este “interior del hombre” estas tensiones rodean el infinito, al estar dirigidas hacia quien es el Infinito mismo: “Pero tú estabas más dentro de mi mismo que lo más íntimo de mi y más alto que lo más elevado de mi ser” (Confesiones, III, 6, 11). Ellas expresan así mismo la dirección originaria del hombre hacia el Bien y hacia la Verdad, metas del hombre que busca la felicidad, pero que vive su existencia como un drama al verse "alejado" de ellas por su propia miseria y es este drama representación de esta propia tensión que posibilita, renueva y mantiene el interior del hombre.

Este drama de un “alejarse”, vivido propiamente por San Agustín con gran fuerza, es un tema que se mantiene latente en las Confesiones: “Yo me alejé de ti y anduve errante, Dios mío, muy fuera del camino de tu estabilidad allá en mi adolescencia y llegué a ser para mí una región de esterilidad” (Confesiones, II, 10, 18). El hombre que se mueve en dirección contraria a su tensión fundamental entra en la “región de la desemejanza” (Confesiones, VII, 10, 16), de la iniquidad donde se pierde a sí mismo. Así, recordando su pasado, donde se encontraba este alejamiento, el Obispo de Hipona exclama: “Tú callabas entonces, y yo me iba cada vez más lejos de ti tras muchísimas semillas estériles de dolores con una soberbia abyección y una inquieta laxitud” (Confesiones, II, 2, 2). O también: “¿Y dónde estaba yo cuando te buscaba? Tú estabas, ciertamente, delante de mí, mas yo me había alejado de mí mismo y no me encontraba. ¿Cuánto menos a ti?” (Confesiones, V, 2, 2). En este último pasaje vemos como el alejarse de Dios conduce a la lejanía de uno mismo.

Sin embargo esta lejanía, no puede ser nunca absoluta, ya que el vínculo primario con el Creador, vínculo que señala el camino auténtico del hombre, no puede perderse jamás. “Así es como fornica el alma (expresa San Agustín): cuando se aleja de ti y busca fuera de ti lo que no puede hallar puro y sin mezcla sino cuando vuelve a ti. Perversamente te imitan todos los que se alejan y alzan contra ti. Pero aun imitándote así, indican que tú eres el creador de toda creatura y, por tanto, que no hay lugar adonde se aparte uno de modo absoluto de ti” (Confesiones, II, 6, 14). Es decir nunca por más que uno se aleje y busque la verdad fuera de sí y por tanto fuera de Dios jamás será un alejamiento total, pues siempre de alguna manera se está en Dios.

Esta sería la descripción del “escenario” realizada por San Agustín, de una manera lógicamente espiritual pero que tiene que ver como lo comete al principio con esta conciliación entre la fe y la razón. Efectivamente, en las Confesiones, se muestra de manera plausible esta característica latente del hombre, del propio San Agustín, sobre este “espacio interno” que es posible debido a los sentimientos, a los propios valores ya sean morales o religiosos, a estas tensiones, que permiten la interioridad del hombre y es también en este acto de interiorizarse donde se encuentra la verdad, el bien y el ser en unidad.

Es claro, que la perspectiva de San Agustín, es de un enfoque espiritual y su trabajo consigo mismo, como es precisamente una confesión de vida: “Pues ¿dónde te hallé para conocerte (porque ciertamente no estabas en mi memoria antes que te conociese), dónde te hallé, pues, para conocerte, sino en ti sobre mí? No hay absolutamente lugar, y nos apartamos y nos acercamos, y, no obstante, no hay absolutamente lugar. ¡Oh Verdad!, tú presides en todas partes a todos los que te consultan y a un tiempo respondes a todos los que te consultan, aunque sean cosas diversas” (Confesiones, X, 26, 37). Explora ciertamente cuestiones bastante significativas, pero muchas más se quedan limitadas por el propio lenguaje y el misterio que pueden llegar a encerrar sus palabras, muchas veces pueden parecer insuficientes o hasta contradictorias, pero considero que con un mayor estudio se pueden clarificar mucho más, acrecentando la riqueza filosófica que ya se posee sobre esta obra, y no sólo lo que dice en ese tiempo, en su contexto, sino también lo que podemos enriquecer hoy en nuestro propio contexto y en la propia complejidad del hombre y su interioridad.





REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS:

San Agustín, Confesiones. Editorial Porrúa. Versión de Francisco Montes de Oca, 2007.

Javier Melloni y Josep Otón, La Primacía De La Interioridad Volver Al Corazón Con San Agustín. CVX‐Galilea (Madrid, España), 2010.

Santiago Sierra, 2010: Educar en y para la interioridad. Reflexiones desde san Agustín.